Raíces de rebeldía by A. R. Cid

Raíces de rebeldía by A. R. Cid

autor:A. R. Cid
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Romántico, Novela
publicado: 2019-05-23T22:00:00+00:00


Capítulo 20

―¡¡La han perdido!! —Gritó el doctor William lanzando la copa contra la chimenea. Su mayordomo se encogió todavía más.

El mensajero no tenía tanto miedo, en realidad miraba al doctor con indiferencia. Estaba plantado en medio del salón esperando para que le dieran nuevas instrucciones, pero sobre todo quería que abonasen el pago por sus servicios.

—¿Quiere mandar otro mensaje? —Preguntó el ingenuo mensajero imaginándose lo generoso que podría ser aquel hombre entrado en carnes.

William centró los ojos en aquel tipo. Su instinto actuó, la necesidad por dejar que aquella ira desapareciera, la necesidad de la muerte. En un segundo tenía un cuchillo en la mano y al siguiente había rasgado la garganta de aquel mensajero con profundidad. La sangre lo golpeó, manchó su cara y su ropa, pero eso no le preocupaba.

Aquel pobre mensajero trató de taponar la herida, retener la sangre en el interior de su cuerpo y respirar, ambas cosas fueron imposibles. La muerte llegó en pocos minutos, no era suficiente, pero al menos permitió a William pensar con la suficiente cordura para aplacar sus instintos más bajos.

—Limpia todo esto. —Dijo William mientras comenzaba a desvestirse. —Y tráeme ropa, es hora de hacer un pequeño viaje.

Saber que todos los que habían fallado estaban muertos no era un consuelo, en realidad la curiosidad por saber quién estaba detrás era lo único que había quedado en su depravada mente. Sintió admiración por el hombre que había logrado, una vez más, arrebatarle su ansiado premio. Supo que le daría un gran homenaje a su muerte. Quería ser él mismo quién acabara con aquel tipo, aunque también quería hacerle muchas preguntas.

—¿Llamo al cochero?

—Haz algo mejor. Ensilla mi caballo. —El mayordomo iba a alejarse cuando William, en dos zancadas, se colocó a su lado. El mayordomo no se encogió, no mostró el menor síntoma de haberse dado cuenta de su presencia, aunque lo cierto es que no podía pensar en nada más. William arrancó el pañuelo del bolsillo de su chaqueta con una sonrisa socarrona. —Mañana tendría que ver a un par de personas, discúlpame ante ellos. Puedes decirles que he caído enfermo y tendré que ausentarme unos días. —Añadió con tranquilidad. Las enfermedades y la necesidad era el caldo de cultivo perfecto para que la muerte fuera aceptada con resignación, lo cierto es que echaría de menos trabajar, pero seguro que encontraba algún entretenimiento por el camino.

Sobre la mesita dejó dos sobres que habrían de ser enviados a la mañana siguiente. Suspiró cansado y resignado.

La noche llegó con rapidez. William salió con calma a la calle, dejó que el frescor de la noche despejase su mente y suspiró consciente del largo trayecto que tenía por delante. Tantos días sin nada revitalizante, sin esa sensación explosiva que lo hacía sentirse vivo. ¿Tanta prisa tenía? Dejó el caballo en manos de su mayordomo, que esperaría pacientemente toda la noche de ser necesario, y se estiró desperezando sus músculos.

El silencio era un agradable cambio, a pesar de cruzarse de vez en cuando con algún que otro caballero, todo estaba mucho más despejado ahora.



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